martes, 29 de julio de 2014

Promesas rotas.

-Creo que es mejor que esto se acabe, Lucía.


Pronuncia esas palabras en un susurro, como si le doliese decirlas, y siento cómo en mi corazón se abre una grieta que comienza a desangrarme poco a poco llenándome de dolor. Bajo la mirada a mis manos que reposan delicadamente sobre mi regazo entrelazadas para conseguir calmar su temblor y suspiro lentamente antes de responderle.


-¿Por qué? Dime un solo motivo para que esto se acabe, porque yo no encuentro ninguno.
-No dejamos de discutir por tonterías, haciéndonos un daño imposible de frenar.
-Tú mismo lo has dicho, ¡solo son tonterías! Quédate y volvamos a intentarlo. Sé que juntos podemos salir adelante, en cambio... si me quedo sola no lograré continuar, me hundiré sin remedio porque tú eres la única persona de este mundo capaz de sacarme a flote, Dario...

Las lágrimas que él había conseguido encerrar el mismo día en que llegó a mi vida rompen cualquier barrera anteriormente creada y comienzan a aflorar de mis ojos haciéndome mucho más débil de lo que ya lo soy. Me muerdo el labio inferior para atrapar ese temblor que se ha adueñado de él y levanto mi mirada para toparme con la suya llena de tristeza. No dice nada y el silencio nos envuelve rápidamente dejando paso a miradas de necesidad. Sí, de necesidad, porque nuestras pupilas dejan al descubierto lo mucho que nos necesitamos mutuamente, lo mucho que necesitamos abrazarnos, besarnos, tocarnos, sentir que todo está bien aunque en realidad no es así, se ha abierto entre nosotros una brecha que ya no podremos cerrar jamás ya que él se ha dado por vencido antes de tiempo, pero no lo juzgo, es más, en el fondo lo entiendo. Bastante ha aguantado ya todo este tiempo, cualquier otra persona no hubiese soportado ni la mitad que él.

-Pequeña -me susurra lentamente a la vez que coge mis manos temblorosas para envolverlas con las suyas- lo siento, siento que esto no haya funcionado porque, créeme, puse todo mi empeño para que tiráramos hacia delante y poder así seguir compartiendo grandes momentos a tu lado hasta terminar envejeciendo juntos.  Siento no poder continuar ayudándote con tu vida. Siento no haber logrado que te vieras a ti misma como una chica preciosa, porque lo eres, de verdad que lo eres. Siento no haber cumplido todas y cada una de las promesas que te susurré entre besos. Siento no ser ese príncipe azul que tú tanto soñabas con encontrar. Siento estar causándote todo este dolor. Y, sobre todo, siento estar disculpándome por todo esto cuando el daño que te estoy haciendo en estos momentos no tiene perdón, así que entenderé que no quieras volver a saber nada de mí, al igual que entenderé que me guardes rencor el resto de tu vida porque me pongo en tu lugar y, joder, me muero de dolor. Pero, pequeña -hace una breve pausa y me seca lentamente las lágrimas que resbalan por mis mejillas con delicadeza- prométeme que no volverás a llorar por mí, prométeme que seguirás luchando por salir a flote aunque yo no esté a tu lado para ayudarte con ello, prométeme que me vas a olvidar, prométeme que vas a rehacer tu vida, prométeme que vas a ser feliz, por favor, prométemelo...
-Te lo prometo -digo dándole el placer de escuchar esas palabras sabiendo y de sobra que esas promesas se van a quedar en el aire al igual que las que él me hizo todo este tiempo atrás.
-Gracias, pequeña.

Y, entonces, acerca sus labios a los míos depositando en ellos un beso que recordaré el resto de mi vida, al igual que recordaré su voz llamándome con esa palabra que tanto me gustaba, pequeña, diciéndome que me quería o que esto iba a ser para siempre; su mirada viéndome amanecer y anochecer cada día; su cuerpo buscándome en mitad de la noche inconscientemente; su sonrisa, esa que me volvió loca desde el momento en que la contemplé y que aún en este momento me parece la más bonita que he visto en la vida; sus abrazos de oso que me daba sin motivo y que tanto me gustaban; sus manos explorando mi cuerpo sin pudor dándome un placer que aún regresa a mí con tan solo pensarlo; sus cosquillas que conseguían hacerme reír cada vez que me hacía la enfadada por una tontería; sus sorpresas en cualquier día inesperado; su pelo enredado entre mis dedos en cada beso; su barbita de dos días arañando con delicadeza mi cuerpo cada vez que besaba cada rincón de mí; su todo.
Se separa lentamente de mí y, tras acariciar mis mejillas para borrar el rastro de mis lágrimas, se aleja de mí poco a poco hasta que nuestras manos están a punto de romper el pequeño hilo que nos une aún. Entonces, se vuelve y me mira una última vez antes de rasgar ese hilo dejándome colgada de él en medio del abismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario