domingo, 19 de julio de 2015

Delirios de un 19 de julio.

Todavía tengo más alcohol corriendo por mis venas que sangre para latir adecuadamente. Sin embargo, cada uno de estos bombeos destartalados, desacompasados y chirriantes, gritan tu nombre a cada disparo y te piden que vuelvas con señales de humo provocado por la quema de guías que me indiquen cómo salir de ti sin ni siquiera tenerte.

Porque, en el fondo, allí donde habito yo sin saber cómo respirar bajo agua llorada, no se está tan mal viviendo mano a mano con tu fantasma. Fíjate, incluso voy consiguiendo sentirme acunada por él en las caídas del sol en las que ni la noche sabe cantarme una nana al oído hasta llevarme al mundo de los sueños rotos.

viernes, 17 de julio de 2015

Hogar.

He cerrado los ojos
a penas unos segundos,
lo suficiente para sentir,
de nuevo,
el tacto de tus dientes
cortándome todo atisbo
de miedos a punto de salir
a superficie
a formar lagos, en mis marcadas ojeras,
en los que chapotear
riendo tan alto
que sus risas se confundan
con todos y cada uno de mis sollozos
gritados en silencio a mi almohada.

Y menudo filo tenían,
he sentido en carne viva
cómo me desgarraban,
un poco más,
el lugar frágil de mi corazón
en el que habitan los recuerdos
envueltos en vendas
que no son capaces de acabar
con el esguince de promesas
que los asolan.

Me he sentido romper
un poco más
mientras la cuerda
que mi cuello rodea
se apretaba más y más
en vez de soltarse lentamente
con un corte suave
de esas manos que bauticé
como hogar,
querido y perdido hogar.

miércoles, 10 de junio de 2015

Ser.

Debo decir que los días grises son preciosos. Tanto como ella, aunque creo que esa palabra es demasiado pequeña como para describirla. Ella fue quien me enseñó a ver la magia de las tonalidades grises. Estaba tan enamorada de los cielos de dicho color que me hizo empezar a dejar de odiar los días de lluvia.

Ella alzaba la vista y sonreía contemplando las nubes cargadas de mar bailar por el cielo, y, yo, parecía tonto de lo embobado que me quedaba mirando cómo su boca era el sol que a ese día le faltaba. Hasta que, de repente, ella se volvía hacia mí y, riendo, depositaba un beso en mis labios como quien deja flores en la tumba de un ser querido. Aunque yo, en ese momento, me sentía más vivo que nunca.

Jamás me dijo el porqué de ese amor hacia los cielos cubiertos, hasta que un día me rogó marchar con el argumento de que no quería que sus tormentos cargados de tormentas me alcanzasen de lleno.

Fue ahí cuando lo entendí. Era una bonita metáfora, aunque, ¿qué menos para una chica que era, y es, pura poesía?

Lo que ella no sabía es que me gustaba bailar bajo sus lluvias, hacer escampar cantando o, mejor dicho, desafinando, y comerme el arcoíris que venía tras ellas.

A día de hoy, inmortalizo días grises, que para muchos son tristes, mientras ella me observa preguntándose porqué sigo a su lado.

No soy valiente, y mucho menos un héroe, pero, si tengo que ser fuerte, quiero ser(lo) de su mano.

jueves, 21 de mayo de 2015

Océano.


Eras océano en el que ahogar todos esos cosquilleos que perturbaban mi silencio atronador, ese que va de la mano de la soledad y me hace temer que, ésta, decida dejarme e irse con él. Cosquilleos que florecían cuando tu magia me rozaba la piel con solo la salida a flote de tus hoyuelos.
Y, es que, creabas vida donde solo había tonalidades negras, pero, el miedo a caer de nuevo por mis abismos, la amordazó hasta que ella consiguió escapar en uno de sus descuidos provocados por tus pupilas negras y me alcanzó de lleno.
Aún sigo intentando tapar la herida. O no. Quizás solo estoy esperando a verte regresar con tus primaveras y las ganas de comerte mis penas puestas.

Luna. (Final)

–Mira, papá –Grita un niña pequeña señalando al cielo desde los hombros de su padre –Ahí hay una estrella. Yo, cuando sea mayor, quiero brillar tanto como ella –Dice felizmente sin saber cuán fiel será su futuro a esas palabras. 
–Lo harás, Luna, lo harás –Le contesta su padre, con una sonrisa en la cara contagiado por la espontaneidad de su hija, pensando que su mujer no ha podido elegir un nombre más acertado para esa pequeña que ilumina sus días.

Luna. (VI)

Estrella fugaz.

Luna se ha fundido en el color 

negro del cielo nocturno, 
sumiéndose en una oscuridad 
que le hace recordar 
la tonalidad de aquellos ojos, tan llenos de vida 
como falta de ella está ahora. 
Ha cogido la toalla 
y, en vez de tirarla, 
la ha utilizado para absorber 
la lluvia que esconden sus pestañas 
carentes de cualquier deseo que no sea él; 
esa sonrisa cuyos contorneos al andar 
causan estragos hasta en los corazones 
más helados; 
esas pecas que al florecer 
son como granadas directas 
a sístoles y diástoles 
congeladas hasta entonces; 
esos pies descalzos que, caminando 
por la habitación en su despertar, 
hacen un lío a la borrasca, que ese día tiene previsto 
azotar geografías nada calmadas, 
mientras le da, perspicaz, una vuelta de tornillo a mi lengua; 
esa Muralla China que recorre toda su espalda 
de mi sur a norte perdido en ella; 
o ese mapa del mundo que esconde 
en su costado izquierdo desde nacimiento 
invitándome audazmente 
a señalar con besos 
todos aquellos sitios que he visitado 
sin levantar los pies del suelo 
ni moverme de debajo de las sábanas de su pecho. 
Luna, decidida a pasar una página 
que tenía grabada a fuego 
en las cenizas de su difunto órgano 
vital, se ha unido a las estrellas 
en busca de su fantasmagórica 
felicidad. 
Ya no brilla nada más que en contadas ocasiones 
y, cuando lo hace, es fugazmente; 
pero se ha prometido, 
creyendo que las promesas aún tienen algún sentido, 
que no parará de ser intermitente, 
cual semáforo en verde a punto 
de desfallecer 
o cual danza de párpados, 
hasta encontrarse a sí misma, así sea 
en las profundidades de sus cráteres 
llenos de caras ocultas 
y sonrisas teatrales.

domingo, 19 de abril de 2015

Luna. (V)

Luna nueva.

Luna se ha precipitado al vacío 
sin tan siquiera poseer seguro contra accidentes 
contra bocas que roban todo ápice de cordura, 
o una coraza en todas sus facultades vitales 
que fuese capaz de temer a aquella mirada enloquecedora 
en vez de temblar, dejarse llevar por ella 
a aquel mundo de ensueño 
de Alicia en el País de las Maravillas, 
y despertar cayendo de golpe 
contra una realidad monocromática en grises. 
Ha perdido su brillo, 
se ha consumido cual último rayo de primavera 
devorado por un día de invierno traspapelado 
que termina haciéndose con todas esas ruinas 
que bailan al compás de la lluvia 
que empieza a inundar grietas reabiertas 
a base de tequila, sal y limón tras una barra de bar 
con la música a volúmenes ensordecedores 
que consigue hacerle escuchar 
su apagado bombeo 
y sus crecientes hilos desatados 
sacando a flote 
demonios que creía tan enterrados 
como su felicidad. 
Luna, ahora, tan solo es un fantasma 
de lo que antaño fue 
y ya no es 
porque unos ojos negros se lo han llevado con ellos 
y lo han arrojado a las vías de tren 
para que, el sonido de su risa 
en cuellos ajenos, 
sea quien produzca el atropello 
de aquella chica alegre 
y su malherido corazón. 
El cielo esta desierto de luminosidad 
y Luna camina por él sin rumbo fijo 
y dando traspiés 
que la conducen al borde del abismo 
sin que haya allí nadie 
capaz de hacerla frenar. 
Mira hacia abajo y ríe estrepitosamente 
sin saber si es 
por el vértigo que ha recorrido 
todo su cuerpo, 
o por haberse encontrado con el reflejo 
de cuando era Luna llena allí abajo. 
Remienda sus alas 
y se lanza 
en busca de su brillo perdido 
en las fauces de unos ojos-abismo.

sábado, 18 de abril de 2015

Primavera.

Conozco, de principio
a fin,
el sabor primaveral,
con esos toques
a dulce brisa marina
que agita mi cabello
cual nota de su risa
haciendo estremecer
todo mi cuerpo,
o cual soplo de viento
que hace bailar a su compás
a todas las hojas pendidas
de un árbol
en pleno otoño,
de esas sonrisas despeinadas,
que bocas ajenas ocupan ahora,
que alborotaban mi interior
haciendo despertar
hasta a la mariposa más dormilona,
esa que siempre pide cinco
minutos más, como yo,
aunque antes solo lo hiciera
para sentir
sus brazos arropándome
unos tic-tac más,
aunque ahora solo lo haga
para que el fantasma
de su ausencia
me acompañe
desde el vacío que dejó
al otro lado del colchón
y en ubicación
el centro de un pecho izquierdo
totalmente arrasado.

Luna. (IV)

Cuarto menguante.

Luna sabe que, su final,

se aproxima hacia ella a velocidad
de vértigo, pero se niega a aceptar que,
la misma persona que la ha sacado a superficie,
pueda llegar a ser, exactamente,
la misma que la va a dejar caer
de esa fantasía que algunos
se atreven a designar como "amor"
y a la que, ella, ha decidido adjudicarle
su nombre.
Y, si dice la RAE
que el amor es un sentimiento hacia otra persona
que nos atrae,
completa,
alegra
y da energía,
será porque es cierto que
"el amor es un arte"
que nos da vida, o nos la quita,
según cómo vea el artista,
que nos moldea el corazón,
el mundo de su alrededor.
En eso, Luna
no ha tenido mucha suerte,
sus ventrículos comienzan a resquebrajarse
entre esas manos que esconden un puñal
tras cada beso con sabor a efímero
depositado en su cuello.
Poco a poco, todas aquellas flores
que abrieron sus pétalos
a la primavera que portaba él,
se están marchitando,
perdiendo promesas
que un día fueron susurradas a sus pestañas.
Poco a poco, la sequía se va haciendo latente
entre bombeos que empiezan a desangrarse
por no estar recubiertos
con una capa ignífuga que
les proteja del fuego que comienza a gestarse
en plena batalla entre cabeza y necio corazón.
Poco a poco,
las nubes
se van haciendo con el cielo, van
destiñendo los colores cálidos
con sabor a primavera
para sustituirlos por grises
e invierno sin besos
que lo hagan más llevadero.
Poco a poco, la caída sobrepasa
la barrera de los ciento veinte por hora
a la vez que,
su interior, desciende
a números negativos
en su termómetro de mercurio.
Poco a poco, los primeros pilares de su respirar
comienzan a desvanecerse
para precipitarse a un, inevitable,
naufragio en soledad.
Porque, ella,
es Luna,
un satélite que gira en solitario
alrededor de un Sol,
que late en labios ajenos
al suyo,
con su dolor escondido
bajo su colchón.

viernes, 10 de abril de 2015

Mi chica azul.

Ella es un cielo gris apagado, conformado por sonrisas rotas que buscan ser llenadas en sus grietas de frío por la primavera con la que, solo unos labios, han conseguido vaciar su vacío, y por lágrimas azules, como ella y el inmenso mar de sus recuerdos del que es náufraga, que se columpian de pestaña en pestaña buscando un deseo que le traiga de vuelta, pero solo encuentra pétalos de margaritas que gritan la misma condena una y otra vez: no me quiero.
Ella es un colibrí. Pequeña. Menuda. Con riesgo a morir en cualquier momento. Y, sin embargo, vuela. Mueve sus alas tan rápido que nadie es capaz de alcanzar su movimiento. Y lo hace porque, aunque está enamorada de su color azul, quiere ser transparente para fundirse con el viento y dibujar con sus gélidas manos una sonrisa, como la que aparece en rostros infantiles cuando ven romper al cielo en copos de nieve, en los rostros de todo aquel que no lleve ya una en la cara. Y, es que, ella quiere que encuentren la belleza de su estación continua. Quiere que se queden a su lado para hacerle la compañía que, antes, los lunares de él le daban.
Y, ella, como cielo gris apagado y azul, es lluvia y se acurruca, se envuelve a sí misma con sus párpados llenos de goteras que dejan colarse al frío, y se pone a bailar en la pista de sus mejillas la melodía melancólica que acompaña el caer de las gotas de lluvia; a su caer. Los fantasmas de su recuerdo comienzan un vals con ella. Se abraza con más fuerza. Sus puntos de sutura se desgarran. Sus cristales afilados crujen y se clavan en su piel. Se rompe. Las sirenas se oyen de fondo, el dolor se agudiza y solo ruega su voz como anestesia. Una habitación de hospital. Monótona. Un corazón herido de muerte a quemarropa por una lengua que dejó un adiós donde antes gritaba sin miedo un te quiero. Monotonía.

domingo, 5 de abril de 2015

Luna. (III)

Luna llena.

Luna ha conseguido alzar el vuelo
dejando tras de sí una estela
de cenizas
que le recuerdan su procedencia
de las garras de un infierno abrasador,
envuelto en un "adiós",
que la consumió
cual deseo dejado llevar por el viento
en pleno incendio,
o cual margarita en llamas
que grita un último "no"
antes de desaparecer por completo.
Ha vestido sus rotos
con sus mejores galas
con la ayuda de una sonrisa despeinada
que, envuelta en una sintonía
de subidas y bajadas
de pecho y hoyuelos,
ha traído la primavera
a su vida monocromática y aciaga.
Este cambio de estación,
esta salida de su invierno prolongado,
esta derritiendo el hielo
que albergaba su coraza izquierda
y, por lo tanto, está consiguiendo
que, su pulso, esté volviendo a revivir en ella
tras tanto tiempo latiendo
en pecho ajeno.
Luna ha conseguido
recuperar su brillo
después de tanto tiempo sumida
en la oscuridad
entre trenes
que iban y venían,
sin que ninguno se parase a recogerla
y darle amparo ante la tempestad
que la asolaba constantemente
sin concederle una pequeña tregua
en la que pudiera recuperarse mínimamente
para soportar un nuevo golpe,
hasta que apareció él en su vida
y la sacó de semejantes tinieblas que la envolvían.

Luna. (II)

Cuarto creciente.

Luna poco a poco va sintiendo cómo

por sus venas comienza a correr
la primavera
de un nuevo amanecer
que se ha entrelazado
con unos bonitos ojos café
que le quitan el sueño,
pero eso es lo de menos,
lo que menos importancia tiene
si lo comparamos con el dolor
que han conseguido paliar
en una brisa otoñal
provocada por el suave baile
de sus cuerdas vocales
acompañadas de dos perfectos abismos
allí donde queda el límite de la cordura
y el inicio de la locura,
más o menos a la altura
de una sonrisa de poesía
que la aficiona a ella 
aunque lleve puesto un parche
contra vicios
y una coraza de hielo
que la hace parecer una chica iceberg
en todas sus similitudes
posibles.
Hundida
en los profundos ríos
que se crean en sus lagrimales
para acabar muriendo
en los mares
que guardan sus mejillas
sembradas de unas bonitas
caras ocultas
que aún nadie ha sabido descifrar
para poner fin
a su caída continua
en los cráteres
que la envuelven
y la hacen llover
entre miedo
a que la vuelvan a soltar
de nuevo,
a quedar únicamente acompañada
por la soledad otra vez,
a soportar otra caída
y su consiguiente reabrir
heridas cerradas superficialmente,
a Luna poco a poco va sintiendo cómo
por sus venas comienza a correr
la primavera
de un nuevo amanecer
que se ha entrelazado
con unos bonitos ojos café
que le quitan el sueño,
pero eso es lo de menos,
lo que menos importancia tiene
si lo comparamos con el dolor
que han conseguido paliar
en una brisa otoñal
provocada por el suave baile
de sus cuerdas vocales
acompañadas de dos perfectos abismos
allí donde queda el límite de la cordura
y el inicio de la locura,
más o menos a la altura
de una sonrisa de poesía
que la aficiona a ella 
aunque lleve puesto un parche
contra vicios
y una coraza de hielo
que la hace parecer una chica iceberg
en todas sus similitudes
posibles.
Hundida
en los profundos ríos
que se crean en sus lagrimales
para acabar muriendo
en los mares
que guardan sus mejillas
sembradas de unas bonitas
caras ocultas
que aún nadie ha sabido descifrar
para poner fin
a su caída continua
en los cráteres
que la envuelven
y la hacen llover
entre miedo
a que la vuelvan a soltar
de nuevo,
a quedar únicamente acompañada
por la soledad otra vez,
a soportar otra caída
y su consiguiente reabrir
heridas cerradas superficialmente,
a que todo esto sea un bucle constante
del que no poder salir nunca.
Porque, Luna,
aunque comienza a brillar,
de nuevo, en un cielo nocturno
que posee las constelaciones más poéticas
jamás contempladas,
está tiritando de frío ante
el invierno acechante
que ha dejado
la puerta abierta
a su vida.

martes, 31 de marzo de 2015

He vuelto sin haberme ido nunca.

Hoy he vuelto a caer en mi rutina de sacar el dolor mediante palabras.
Hoy he vuelto a sacar el invierno de mi interior con la esperanza de que llegases tú a transformarlo en una primavera que se pudiera conjugar con el calor que tus labios irradiaban.
Hoy he vuelto a escribir.
A escribirte.
Así, desde primera hora y lluvia de la mañana.
Así, con los rayos de sol colándose por los huecos de mi persiana a medio cerrar cual nota de tu risa en labios ajenos perforándome bien hondo.
Con una sonrisa desordenada a la que no le ha dado tiempo a vestirse con sus mejores galas para que las puedas contemplar si algún día lees esta carta que aterrizará de golpe en la basura tras jugar al baloncesto con tus recuerdos como tú solías hacer cada tarde en el patio trasero de tu casa mientras yo te contemplaba, desde la ventana de tu habitación sin que tú lo supieras, con una sonrisa en la cara y mil formas de hablar de tu forma de fruncir el ceño mientras te preparabas para realizar un triple que, casi siempre, acababa en añadir tres tantos más a tu lista de éxitos.
Con ganas de combatir mi sonrisa rebelde para demostrar al resto que estoy, ni bien ni mal, pero estoy, y con ganas de salir adelante, como bien muestra esa teatral sonrisa que eclipsa la lluvia que sostienen mis pestañas carentes de deseos que no seas tú.
Con los párpados cansados de soñarte desde el vacío, mínimo si lo comparamos con el que creaste dentro de mí con tu partida de la estación de mi vida, que dejaste al otro lado de la cama.
Con las mejillas sembradas de pecas que buscan florecer en medio de un invierno que está arrasando con todo ápice de vida que abre sus ojos a la tormenta que, continua, asola mis restos.
Con las pestañas anunciando lluvia desde los relámpagos que cubren mis ojos apagados y, se podría decir, ahogados en una tormenta que tiene en ellos su origen.
Con las pupilas bostezando por tu ausencia, esa que atrae el frío cual imán capturado por un metal.
Con el pulso ralentizado y negado a cobrar velocidad ahora que teme cualquier número que sobrepase la barrera de los ciento veinte, esa que él rompía cada vez que aparecías en su campo de visión para estrellarse contra tus iris grisáceos.
Con necesidad de ti.
Con tu recuerdo bailando al compás de tu risa lejana como único sedante ante este bombeo mecanizado que grita tu nombre entre delirios, cordura e incoherencia.
Así, con la misma coherencia de la que carece el escribirte aun sabiendo que no vas a leerme.
Así, con la luna despuntando en un cielo solitario y oscuro como metáfora de mí misma.
Hoy he vuelto sin haberme ido nunca de este laberinto en el que ando perdida
sin ti,
sin mí,
sin nosotros,
y con la soledad y una antítesis como única compañía.

Silencio.

Hoy te escribo
en esta carta
que nunca recibirás
las palabras que nunca liberé
por miedo a que,
lo que estaba viviendo contigo,
fuese solo un sueño
del que acabaría cayendo
tal y como lo hice
cuando me soltaste
de imprevisto
y sin seguro
contra accidentes
geográficos como los escarpados que
cubrían todo tu cuerpo
y desde los que a mí me gustaba
saltar al vacío
de tu boca.
Te quiero,
pequeño,
aunque supongo que ya no poseo la licencia
que me permita nombrarte con esa palabra.

lunes, 9 de marzo de 2015

Luna. (I)

Luna.

Luna está oculta 

bajo el manto de cristal 
que forman al surcar el cielo nocturno 
los mismos aviones 
que, durante el día, 
apagan en determinados momentos 
el brillo de la estrella 
que hace competencia 
a la escasa luz que desprende 
tras las cientos caídas 
que lleva vividas 
en su escaso período de vida 
y que han absorbido 
sus ganas nulas de sacar fuerzas 
para volverse a levantar 
y ganarle, 
por una vez, 
la partida a los monstruos 
y rotos 
que no dejan respirar 
a su corazón 
lleno de vendas, 
puntos de sutura, 
hilos 
y agujas 
que intentan cerrar, 
sin éxito alguno, 
todos esos precipicios 
que se profundizan 
con cada sístole 
y diástole 
que continúa bailando 
la quimera 
de su risa extinguida, 
de esa de la que solo quedan 
pruebas de su existencia 
en las fotografías de cuando era niña, 
pues ahora su rostro 
se ha llenado de lluvia 
y margaritas deshojadas 
que gritan un "no" 
a su cabeza 
mientras su vacío izquierdo 
recibe un "sí" 
que la hace revivir 
aunque solo sea durante unos tímidos segundos.

sábado, 7 de marzo de 2015

Bombeando dolor.

Me puse a escribir, con los ojos empañados y el alma en pedazos.
Antes me encantaba perderme entre piezas de puzles intentando romper la soledad de todas ellas, pero ahora estoy perdida en mí misma y creo que perderse en uno mismo es el peor sitio para hacerlo sobre todo porque no te puedes encontrar, porque convives con tu propio monstruo y la oscuridad que lleva con él a todas partes allá donde vas. Por eso vaya donde vaya mi cabeza sigue ardiendo y mis lagrimales no dejan de desgastar mis ojeras y el insomnio lleno de recuerdos. Así que, fíjate, que tu lado vacío de la cama está lleno de ganas de verte volver. Pero, ¿volverás?
Ni siquiera sé porqué doy vida a preguntas retóricas.
¿Por qué crees que lo hago?
Te lo diré.
Quiero tener un pequeño ápice de color verde en mis días que me recuerde a tus pupilas, y si esos días giran en torno a ese color verde, ojalá nunca me encuentren, ojalá me encuentre perdida en bosques llenos de hojas que caen siguiendo mi ritmo de rotura. Hojas pisadas por el tiempo, rotas entre mil lamentos que callan tus sonrisas de acero forjado en heridas, cicatrices de los mares que lloraste con tus bonitos ojos ausentes pero que, tan solo, son cierres superficiales que esconden grandes abismos. Abismos donde tú estás hundida sin encontrar el fondo en el que terminar de romperte y estar tan rota como el vaso donde se esconde ese abismo. Antítesis entre tu abismo sin fondo y tu vaso casi vacío. Casi vacío y yo vacía del todo para aumentar el vértigo desde la cuerda floja. La cuerda puede romperse y se romperá, estoy de ello tan segura como de que volveré a caer. Todos acabamos cayendo, sobre todo mi corazón, pero nosotros somos nuestro corazón o solo ruinas perfectas a las que ningún camino conduce. Y, si es porque el camino realmente no existe, trázalo con tus dedos sobre mi espalda, sobre el costado en el que solía apoyarme para dormir abrazada a ti mientras el mundo te hacía el mejor sueño cumplido que creí nunca alcanzar.
Me equivoqué y no sabes cuánto me alegro de haberlo hecho, pues fue el error que me salvó la vida aunque también es el que puede quitármela si es que no me la está arrebatando ya. Y lo hace, en cada verso que no besa, en cada metáfora que no se pierde en tu espalda como los mil lunares que conjugan ese brillo lunar de tus ojos, de esas estrellas que, ojalá, no sean fugaces, porque no te imaginas el miedo que me da que lo sean. Con solo pensarlo, el invierno regresa aunque, realmente, nunca se fue porque tus primaveras, esas que hacían del dolor un frío más llevadero y menos abrasador, no han conseguido extinguirlo del todo.
Y dime, si no estás, ¿debo consumirme con todos estos folios que te escribo? ¿Serán lo suficientemente fuertes como para no ahogarse con mi lluvia?
Sin ti, dudo que lo sean.
Sin ti, ni siquiera lo seré yo.
¿Entiendes porqué tus ojos son tanto?
Estrellas que rompen mi soledad como Luna, como tu luna llena de cráteres, de caras más ocultas que mi interior... indescifrable hasta para mí misma.
Pero, ¿quién es capaz de descifrar semejante rompecabezas hecho a base de rotos unidos a la fuerza?
Los demonios de esos rotos se ríen de mí a mis espaldas cuando siento que te tengo, me alejan de mí misma y siento que me pierdo, y no en tu vida, sino en la mía, en ese laberinto de acantilados que me invaden, que me hunden, que me acomodan en pesadillas en las que las oscuridad termina de habitar en cada rincón de mí.
Soy oscuridad.
Soy un túnel sin salida en el que las luces se extinguieron hace tiempo, pero tus ojos me hacen querer perderme en ese túnel, como si expirar no importara porque inspirar no merece la pena si tus lunares, o tu boca, me vale igual, no me insuflan aire. 
Tú me haces respirar y no me importaría darte la vida, pero ni siquiera sé cuidar se mí misma, te haría cenizas. ¿Acaso importa? No sé, tan solo tengo claro que no quiero que el viento te lleve lejos ni un camino inexistente y diferente al mío, aunque, al fin y al cabo, la tierra es redonda y algún día volveríamos a cruzarnos. Al fin y sin cabos, perdería la cabeza sin ti, pues tú eres quien me sostiene en pie y tumbada, pero en tu cama, risueña, obviando el amanecer y anocheciendo bajo tus besos, bajo tu manto estrellado, encima de estas inseguridades y dentro de tu vida. Pero para siempre, sin que eso signifique quedarme a solas con el siempre añorando de ti burdas promesas, recuerdos hilados en mi memoria que se sostienen unidos mientras yo rompo en mil añicos.
Ya nadie le importa. Ni siquiera a ti. Y cómo duele sentir que no soy suficiente ni para mí, porque no lo soy.
Pero, ¿qué es ser? Olvidé cómo conjugar el verbo sin ser nosotros y, aunque me faltó la segunda persona en la conjugación de vivir, me quedé viviendo sin vivir en los pretéritos imperfectos o en la falta de ti.
Aunque por otro verbo tragué techo soñándote hasta que se me vino encima el edificio entero dejando las ruinas solamente. Sí, en mí, en una coraza oxidada que no aguanta otra puñalada de esos puñales que no dijiste pero que escondías bajo tus lunares y esa sonrisa que cautivaba hasta al paisaje más helado.

En colaboración con @ElenaDPA. Gracias por compartir dolor conmigo entreversando.