viernes, 17 de octubre de 2014

Del amor al roto hay solo un paso.

Tenías el don de hacer que, a tu lado, todo pareciera un poco mejor, por no decir perfecto, al igual que ese vaho que inunda los cristales difuminando la realidad, haciéndola más bonita, pero, oye, tanto te parecías a él que, al final, tú también te evaporaste en cuanto llegó un poco de calor a despertarte, a quitarte ese pañuelo que tapaba tus ojos haciendo que vieras en mí algo que nunca nadie había visto, algo que desapareció porque nunca había existido, como este amor inventado al que me aferro para no caer del borde, o no hacerlo hasta que tú no estés abajo para recogerme en tus brazos o curarme las heridas si llegas tarde. Pero, hay días en los que el frío me envuelve, la mayoría, y no solo exteriormente, y siento que mis ojos se empañan como el cristal en el que un día escribiste nuestros nombres con un corazón a su alrededor, y, entonces, ese dibujo cobra vida, quizá con menos nitidez que la vez anterior, pero vuelve, al igual que tu recuerdo y, joder, no sé cómo hacer para arrancarlo y conseguir, así, salir del pasado que me está matando, porque no es tan fácil como coger un trapo y borrarlo, o como echar un poco de pintura encima para cubrir todo eso que hoy vuelve porque, en realidad, nunca se ha ido, no tuvo el valor para tomar el camino por el que tú te perdiste, al igual que yo me pierdo en ganas de decirte adiós para rehacer poco a poco mis ruinas, esas que siempre recordarán tu risa pero que, para llevarme la contraria, quieren sentir otras manos recorriéndolas sin prisa, causándolas risa con una dosis de cosquillas, alzándose lentamente para llegar a la cima y, desde allí, verte en el abismo del que, hoy, quieren salir. Y, es que, dicen que del amor al odio hay solo un paso, y parece que mis heridas se han adelantado y quieren tomarlo sin mi consentimiento porque, oye, que yo no le veo el sentido a eso de odiar a quien te enseñó a amar, no solo a esa otra persona, sino, a ti misma, porque, aunque fuera un poquito, hizo que me viera a gusto cada vez que mi reflejo me saludaba con una sonrisa en la cara gracias a los piropos que él me echaba cada mañana sin importarle mis pelos alborotados, mi cara de sueño, o mi levantar con el pie izquierdo. Prefiero darle un cambio a ese refrán, suponiendo que, al menos, eso se me dará bien, ya que, lo de escribir mi libro nunca me ha salido para tirar cohetes, por eso está lleno de tachones, hojas arrancadas, páginas marcadas para volver a releerlas en plan masoquista, vamos, un caos, como mi vida propia.

Del amor al roto hay solo un paso. Tú ya lo has dado, sin previo aviso, sin concederme la opción de darlo yo primero pero, ¿de qué hubiera servido? ¿A caso se puede llenar de destrozos a alguien que no siente nada por ti? Él a mí sí me importaba, mejor dicho, me importa, porque no soy capaz de olvidarle de la noche a la mañana, como él ha hecho conmigo, aunque, quizá, no sea eso, sino algo más doloroso que no me permito pensar nada más que cuando no puedo más, cuando siento que estoy a punto de explotar, pero, oye, que nunca termino haciéndolo porque no quiero afirmar esas sospechas que habitan en mi cabeza, aunque, joder, ¿para qué negar lo que está a la vista de cualquiera? No lo hago porque no puedo, o, bueno, porque no quiero, porque sé que no causaré ningún destrozo, porque soy ese cero a la izquierda que hasta yo misma borro. Nunca me quiso, tan solo fui como ese muñeco nuevo que se le regala a un niño pequeño y que, a los dos días, no se acuerda ni de que existe pese a toda la emoción que le causó verlo por primera vez al romper ese papel que lo envolvía y, exactamente así es como estoy yo ahora, rota, sin que a nadie le importe lo más mínimo este jodido vacío que me consume, que me lleva a un caos de heridas que no tienen cura, que no cierran ni las mejores agujas, que solo se profundizan a medida que caigo por un precipicio que ya no es el de sus pupilas. Y, es que, tu amor fue como el fuego, te quita el frío, te arropa con sus llamas, te cuida de animales salvajes que quieran destrozarte, pero, claro, como todas las cosas, tiene un lado malo que no he sabido ver hasta ahora, cuando me imagino a esta carta consumiéndose en el viento como todas las que te escribo noche tras noche, cuando pienso que soy yo aferrándome a ti, negándome a ver que podías causarme tanto daño después de sacarme de aquel océano que me tenía presa, pero, es que, joder, quise tanto aquel jodido fuego que no me di cuenta de que, poco a poco, me iba consumiendo mientras él crecía, mientras se hacía grande con mis cenizas, esas que son lo único que me has dejado además de unos recuerdos que me hacen complicado eso de mandarte al olvido, eso de dejar de estar anclada al pasado para sentirte aún entre mis brazos, eso de dejar de ser un barco malherido y encallado en cada línea de nuestro cuento que releo cada noche como única manera de conciliar el sueño ahora que no te tengo, ahora que el frío se ha adueñado de tu lado de la cama para arroparme cuando cierro los ojos abrazada a la soledad que envuelve mis lágrimas ahogadas en la almohada, esa que, por fin, ha encontrado el sentido a su vivir ya que, antes, tu pecho era quien hacía de ella y, sinceramente, tiene mucho que envidiarle porque jamás será ni una mínima parte de reconfortable, ni sentirá el palpitar de mi corazón sino, el silencio de mis gritos mudos.

Creo que ha llegado el momento de decirte un nuevo ‘hasta luego', porque aún no ha llegado el momento para enfrentarme al miedo y decirte ‘adiós' para siempre, ya que es una palabra muy fuerte que ni tú supiste cumplir. Iré a comprar tabaco, de ese que pone ‘fumar mata', y, seguramente regrese, porque no creo que perdiéndome vaya a encontrarte, ni a ti, ni a mí, ya que sigo perdida en aquel laberinto que construí a besos siguiendo la línea de esos pequeños paraísos que formaban tus lunares y, chico, la verdad es que no sé si realmente me quiero encontrar porque, aquí, tampoco se está tan mal, al menos vivo acompañada por la soledad y el frío me arropa cada noche intentando ponerme la piel de gallina tal y como tú lo hacías, queriendo sentirse querido por alguien tan helador como él mismo.

PD: Lo siento, pequeña, pero necesito quemarte al viento para liberar mínimamente estas cenizas que me consumen por dentro. No pierdas la esperanza, llegará ese día en que te deje viva por si le da por volver, para que sepa que no me va a encontrar, que me encontré en aquel camino hacia un poco menos de vida sin él gracias a una cajetilla como esta, como la que se consume a la luz de la luna segundos antes de hacerme trizas de la mano de tus cenizas.


Att: Pingüi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario