jueves, 21 de mayo de 2015

Luna. (VI)

Estrella fugaz.

Luna se ha fundido en el color 

negro del cielo nocturno, 
sumiéndose en una oscuridad 
que le hace recordar 
la tonalidad de aquellos ojos, tan llenos de vida 
como falta de ella está ahora. 
Ha cogido la toalla 
y, en vez de tirarla, 
la ha utilizado para absorber 
la lluvia que esconden sus pestañas 
carentes de cualquier deseo que no sea él; 
esa sonrisa cuyos contorneos al andar 
causan estragos hasta en los corazones 
más helados; 
esas pecas que al florecer 
son como granadas directas 
a sístoles y diástoles 
congeladas hasta entonces; 
esos pies descalzos que, caminando 
por la habitación en su despertar, 
hacen un lío a la borrasca, que ese día tiene previsto 
azotar geografías nada calmadas, 
mientras le da, perspicaz, una vuelta de tornillo a mi lengua; 
esa Muralla China que recorre toda su espalda 
de mi sur a norte perdido en ella; 
o ese mapa del mundo que esconde 
en su costado izquierdo desde nacimiento 
invitándome audazmente 
a señalar con besos 
todos aquellos sitios que he visitado 
sin levantar los pies del suelo 
ni moverme de debajo de las sábanas de su pecho. 
Luna, decidida a pasar una página 
que tenía grabada a fuego 
en las cenizas de su difunto órgano 
vital, se ha unido a las estrellas 
en busca de su fantasmagórica 
felicidad. 
Ya no brilla nada más que en contadas ocasiones 
y, cuando lo hace, es fugazmente; 
pero se ha prometido, 
creyendo que las promesas aún tienen algún sentido, 
que no parará de ser intermitente, 
cual semáforo en verde a punto 
de desfallecer 
o cual danza de párpados, 
hasta encontrarse a sí misma, así sea 
en las profundidades de sus cráteres 
llenos de caras ocultas 
y sonrisas teatrales.

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