Estrella fugaz.
Luna se ha fundido en el color
negro del cielo nocturno,
sumiéndose en una oscuridad
que le hace recordar
la tonalidad de aquellos ojos, tan llenos de vida
como falta de ella está ahora.
Ha cogido la toalla
y, en vez de tirarla,
la ha utilizado para absorber
la lluvia que esconden sus pestañas
carentes de cualquier deseo que no sea él;
esa sonrisa cuyos contorneos al andar
causan estragos hasta en los corazones
más helados;
esas pecas que al florecer
son como granadas directas
a sístoles y diástoles
congeladas hasta entonces;
esos pies descalzos que, caminando
por la habitación en su despertar,
hacen un lío a la borrasca, que ese día tiene previsto
azotar geografías nada calmadas,
mientras le da, perspicaz, una vuelta de tornillo a mi lengua;
esa Muralla China que recorre toda su espalda
de mi sur a norte perdido en ella;
o ese mapa del mundo que esconde
en su costado izquierdo desde nacimiento
invitándome audazmente
a señalar con besos
todos aquellos sitios que he visitado
sin levantar los pies del suelo
ni moverme de debajo de las sábanas de su pecho.
Luna, decidida a pasar una página
que tenía grabada a fuego
en las cenizas de su difunto órgano
vital, se ha unido a las estrellas
en busca de su fantasmagórica
felicidad.
Ya no brilla nada más que en contadas ocasiones
y, cuando lo hace, es fugazmente;
pero se ha prometido,
creyendo que las promesas aún tienen algún sentido,
que no parará de ser intermitente,
cual semáforo en verde a punto
de desfallecer
o cual danza de párpados,
hasta encontrarse a sí misma, así sea
en las profundidades de sus cráteres
llenos de caras ocultas
y sonrisas teatrales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario