viernes, 29 de agosto de 2014

Cenizas.

Sentada en la pequeña repisa del balcón de su habitación, contempla la luna llena que ilumina ese cielo vacío de estrellas y tan negro como su jodida vida. Cierra los ojos unos segundos y, cuando los abre, sonríe levemente con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos y los recuerdos de aquel precioso día inundándola por completo.

Corréis por el paseo marítimo entre risas por ver quién llega primero al muelle. Sabes perfectamente que te está dejando ganar, pero lo que no sabes que solo lo hace para contemplar una vez más tu sonrisa, esa que tú odias por el aparato que te pusieron unos meses atrás. Te paras en el borde del muelle y comienzas a saltar mientras gritas.

-¡Te he ganado, guaperas de gimnasio!

-No sé cómo ha podido pasar -te responde justo antes de sacarte la lengua. Le miras de reojo y te cruzas de brazos haciéndote la enfadada. Enseguida va hacia a ti para camelarte con palabras bonitas entrecortadas por besos. Ríes y le muerdes levemente el labio inferior, ya que sabes que le encanta. Niega con la cabeza y, antes de que puedas verlo venir, ambos estáis cayendo al agua por iniciativa de él. Guardando dentro de ti todas esas ganas que tienes de reír por las miradas de la gente, comienzas a salpicarle hasta que él te envuelve con sus fuertes brazos y te besa en la frente para, después, sacarte del agua cogida como a una novia y caminar de vuelta a la playa de tu mano.

-¡Qué vergüenza! -exclamas sin poder evitar que tus mejillas se tiñan de rojo al ver cómo os mira la gente.

-¿Por qué?

-Mira cómo nos mira la gente, pensarán que somos dos locos que se han escapado de manicomio.

-Pues, por una parte, tienen razón. Estoy loco, loco por ti, pequeña.

-Hugo...

-Dime -te contesta aguantando sus ganas de reír al ver cómo, cada vez, tus mejillas están más y más rojas.

-No me hagas esto, bastante mal lo estoy pasando ya por ir así por la calle como para que me digas esas cosas a las que aún no me acostumbro.

-Así, ¿cómo?

-¡Empapada!

-Oye, pues a mí me gusta más cómo te queda así el vestido.

-Mira que eres idiota -dices dándole un pequeño empujón justo antes de ocultar tus mejillas encendidas en su pecho. Te abraza y tú sientes que nada puede ir mal si está él a tu lado para ayudarte a superar cada bache del camino que te lleve a caer. Aspiras su aroma y sonríes sin fingir la sonrisa que aparece en tu cara, como llevas haciéndolo desde que lo conociste.

De la mano, camináis descalzos por la arena de la playa hasta que decidís sentaros. Primero lo hace él para que, después, tú tomes asiento entre sus piernas y, así, pueda envolverte con sus brazos mientras apoyas tu cabeza en su hombro izquierdo y contemplas el atardecer desde sus pupilas.

-Me gusta estar así, a tu lado, sin hacer nada, tan solo disfrutar de tu presencia porque sé que algún no muy lejano día te irás.

-¿Por qué piensas eso, pequeña?

-Tarde o temprano, todo el que entra en mi vida, acaba marchándose porque no soporta vivir con el miedo a que le caiga encima alguna de las piedras de mis ruinas, y, tú, no vas a ser diferente al resto.

-Tus ruinas son, incluso, más bonitas que las de Roma pero, si hace falta, las reconstruiré para que desaparezca ese temor que tienes a que decida irme por miedo a salir herido.

-¿Ves la luna? -le preguntas mientras muerdes con ansia tu labio inferior para que el dolor anule las ganas de llorar. Asiente levemente y tú esbozas una pequeña sonrisa- Algún día, el que tú desaparezcas de mi vida, yo seré como ella, estaré acompañada por la soledad y envuelta por la oscuridad pero, yo, a diferencia de ella, estaré vacía y no brillaré, seré ese túnel en el que nadie se atreve a adentrarse por miedo a lo que pueda haber en él ya que, a causa de su oscuridad, no se puede ver qué esconde dentro de él.

Aprieta los puños con fuerza queriendo romper así la huella de sus manos encajando a la perfección con las suyas y, lentamente, se pone en pie sobre la repisa con aquella carta que él la dejó cuando se esfumó de su vida sin ni siquiera despedirse de ella en persona. Prende el mechero y observa cómo baila la llama movida por la suave brisa nocturna mientras la primera lágrima se desliza por su mejilla dando paso a otras muchas que se perderán en su cuello en vez de hacerlo entre sus dedos, como la prometió. Abre la carta y, tras leer aquellas dos palabras, que aparecen en ella, una vez más, acerca el mechero y, ésta, rápidamente, desaparece entre sus dedos. Observa las cenizas caer desde aquel balcón movidas por la brisa y repara en los cortes recientes de sus muñecas, esos que se hizo para que tus recuerdos dejaran de doler durante unos instantes. Mira hacia abajo siguiendo el pequeño rastro de las cenizas de aquella carta para compararlas con las que habitan en ella consumiéndola cada día un poco más, y piensa en tirarse, porque, total, nadie llorará su pérdida. Cierra los ojos, adelanta un pie, adelanta el otro, aprieta los puños y piensa en él.

-¿Merece la pena seguir viviendo, Irene? -se pregunta a si misma sabiendo muy bien la respuesta.



No hay comentarios:

Publicar un comentario