martes, 31 de marzo de 2015

He vuelto sin haberme ido nunca.

Hoy he vuelto a caer en mi rutina de sacar el dolor mediante palabras.
Hoy he vuelto a sacar el invierno de mi interior con la esperanza de que llegases tú a transformarlo en una primavera que se pudiera conjugar con el calor que tus labios irradiaban.
Hoy he vuelto a escribir.
A escribirte.
Así, desde primera hora y lluvia de la mañana.
Así, con los rayos de sol colándose por los huecos de mi persiana a medio cerrar cual nota de tu risa en labios ajenos perforándome bien hondo.
Con una sonrisa desordenada a la que no le ha dado tiempo a vestirse con sus mejores galas para que las puedas contemplar si algún día lees esta carta que aterrizará de golpe en la basura tras jugar al baloncesto con tus recuerdos como tú solías hacer cada tarde en el patio trasero de tu casa mientras yo te contemplaba, desde la ventana de tu habitación sin que tú lo supieras, con una sonrisa en la cara y mil formas de hablar de tu forma de fruncir el ceño mientras te preparabas para realizar un triple que, casi siempre, acababa en añadir tres tantos más a tu lista de éxitos.
Con ganas de combatir mi sonrisa rebelde para demostrar al resto que estoy, ni bien ni mal, pero estoy, y con ganas de salir adelante, como bien muestra esa teatral sonrisa que eclipsa la lluvia que sostienen mis pestañas carentes de deseos que no seas tú.
Con los párpados cansados de soñarte desde el vacío, mínimo si lo comparamos con el que creaste dentro de mí con tu partida de la estación de mi vida, que dejaste al otro lado de la cama.
Con las mejillas sembradas de pecas que buscan florecer en medio de un invierno que está arrasando con todo ápice de vida que abre sus ojos a la tormenta que, continua, asola mis restos.
Con las pestañas anunciando lluvia desde los relámpagos que cubren mis ojos apagados y, se podría decir, ahogados en una tormenta que tiene en ellos su origen.
Con las pupilas bostezando por tu ausencia, esa que atrae el frío cual imán capturado por un metal.
Con el pulso ralentizado y negado a cobrar velocidad ahora que teme cualquier número que sobrepase la barrera de los ciento veinte, esa que él rompía cada vez que aparecías en su campo de visión para estrellarse contra tus iris grisáceos.
Con necesidad de ti.
Con tu recuerdo bailando al compás de tu risa lejana como único sedante ante este bombeo mecanizado que grita tu nombre entre delirios, cordura e incoherencia.
Así, con la misma coherencia de la que carece el escribirte aun sabiendo que no vas a leerme.
Así, con la luna despuntando en un cielo solitario y oscuro como metáfora de mí misma.
Hoy he vuelto sin haberme ido nunca de este laberinto en el que ando perdida
sin ti,
sin mí,
sin nosotros,
y con la soledad y una antítesis como única compañía.

2 comentarios:

  1. Precioso.
    Haces del dolor algo bonito. Gracias por tus lineas.

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    1. Un día de estos de voy a comer a versos, bonita.
      Gracias a ti por todo, en serio.

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