domingo, 5 de abril de 2015

Luna. (II)

Cuarto creciente.

Luna poco a poco va sintiendo cómo

por sus venas comienza a correr
la primavera
de un nuevo amanecer
que se ha entrelazado
con unos bonitos ojos café
que le quitan el sueño,
pero eso es lo de menos,
lo que menos importancia tiene
si lo comparamos con el dolor
que han conseguido paliar
en una brisa otoñal
provocada por el suave baile
de sus cuerdas vocales
acompañadas de dos perfectos abismos
allí donde queda el límite de la cordura
y el inicio de la locura,
más o menos a la altura
de una sonrisa de poesía
que la aficiona a ella 
aunque lleve puesto un parche
contra vicios
y una coraza de hielo
que la hace parecer una chica iceberg
en todas sus similitudes
posibles.
Hundida
en los profundos ríos
que se crean en sus lagrimales
para acabar muriendo
en los mares
que guardan sus mejillas
sembradas de unas bonitas
caras ocultas
que aún nadie ha sabido descifrar
para poner fin
a su caída continua
en los cráteres
que la envuelven
y la hacen llover
entre miedo
a que la vuelvan a soltar
de nuevo,
a quedar únicamente acompañada
por la soledad otra vez,
a soportar otra caída
y su consiguiente reabrir
heridas cerradas superficialmente,
a Luna poco a poco va sintiendo cómo
por sus venas comienza a correr
la primavera
de un nuevo amanecer
que se ha entrelazado
con unos bonitos ojos café
que le quitan el sueño,
pero eso es lo de menos,
lo que menos importancia tiene
si lo comparamos con el dolor
que han conseguido paliar
en una brisa otoñal
provocada por el suave baile
de sus cuerdas vocales
acompañadas de dos perfectos abismos
allí donde queda el límite de la cordura
y el inicio de la locura,
más o menos a la altura
de una sonrisa de poesía
que la aficiona a ella 
aunque lleve puesto un parche
contra vicios
y una coraza de hielo
que la hace parecer una chica iceberg
en todas sus similitudes
posibles.
Hundida
en los profundos ríos
que se crean en sus lagrimales
para acabar muriendo
en los mares
que guardan sus mejillas
sembradas de unas bonitas
caras ocultas
que aún nadie ha sabido descifrar
para poner fin
a su caída continua
en los cráteres
que la envuelven
y la hacen llover
entre miedo
a que la vuelvan a soltar
de nuevo,
a quedar únicamente acompañada
por la soledad otra vez,
a soportar otra caída
y su consiguiente reabrir
heridas cerradas superficialmente,
a que todo esto sea un bucle constante
del que no poder salir nunca.
Porque, Luna,
aunque comienza a brillar,
de nuevo, en un cielo nocturno
que posee las constelaciones más poéticas
jamás contempladas,
está tiritando de frío ante
el invierno acechante
que ha dejado
la puerta abierta
a su vida.

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