sábado, 18 de abril de 2015

Luna. (IV)

Cuarto menguante.

Luna sabe que, su final,

se aproxima hacia ella a velocidad
de vértigo, pero se niega a aceptar que,
la misma persona que la ha sacado a superficie,
pueda llegar a ser, exactamente,
la misma que la va a dejar caer
de esa fantasía que algunos
se atreven a designar como "amor"
y a la que, ella, ha decidido adjudicarle
su nombre.
Y, si dice la RAE
que el amor es un sentimiento hacia otra persona
que nos atrae,
completa,
alegra
y da energía,
será porque es cierto que
"el amor es un arte"
que nos da vida, o nos la quita,
según cómo vea el artista,
que nos moldea el corazón,
el mundo de su alrededor.
En eso, Luna
no ha tenido mucha suerte,
sus ventrículos comienzan a resquebrajarse
entre esas manos que esconden un puñal
tras cada beso con sabor a efímero
depositado en su cuello.
Poco a poco, todas aquellas flores
que abrieron sus pétalos
a la primavera que portaba él,
se están marchitando,
perdiendo promesas
que un día fueron susurradas a sus pestañas.
Poco a poco, la sequía se va haciendo latente
entre bombeos que empiezan a desangrarse
por no estar recubiertos
con una capa ignífuga que
les proteja del fuego que comienza a gestarse
en plena batalla entre cabeza y necio corazón.
Poco a poco,
las nubes
se van haciendo con el cielo, van
destiñendo los colores cálidos
con sabor a primavera
para sustituirlos por grises
e invierno sin besos
que lo hagan más llevadero.
Poco a poco, la caída sobrepasa
la barrera de los ciento veinte por hora
a la vez que,
su interior, desciende
a números negativos
en su termómetro de mercurio.
Poco a poco, los primeros pilares de su respirar
comienzan a desvanecerse
para precipitarse a un, inevitable,
naufragio en soledad.
Porque, ella,
es Luna,
un satélite que gira en solitario
alrededor de un Sol,
que late en labios ajenos
al suyo,
con su dolor escondido
bajo su colchón.

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